jueves, 4 de septiembre de 2014

El Empecinado y los Comuneros.


Muestra de gran interes para la historia de Castilla y del castellanismo, fue el hecho de que el Empecinado mostrará un gran interes en recuperar la tradición comunera de las Guerras de las Comunidades y en celebrar el homenaje a los comuneros que cayeron en la batalla de Villalar. Aquí he recuperado un texto, que muestro a continuación, donde se nos explica mejor como fueron estos hechos.




"El Empecinado" militaba en una organización secreta llamada la Sociedad de los Caballeros Comuneros (o Hijos de Padilla).
Fundada en Madrid a principios de 1821, se trataba de una escisión del cada vez más moderado Gran Oriente masónico. Esta sociedad (perfectamente estudiada por Gil Novales y Marta Ruiz Jiménez) se hallaba próxima a la tendencia radical del liberalismo español. Su ritual de ingreso, sus juramentos y ritos, hacían de ella un movimiento similar al carbonarismo italiano. Entre sus militantes estaban masones y liberales como el mismísimo Rafael del Riego, Romero Alpuente, Flores Estrada o Torrijos. Como es evidente, la Sociedad de los Caballeros Comuneros (que se subdividía en células llamadas "torres) se inspiraba en la rebelión de las Comunidades contra Carlos V, tal y como expresaba su manifiesto fundacional:

"Bien sabido es que los héroes de Padilla, Bravo y Maldonado perdieron la vida porque tuviese libertad esta heroica nación"

[...]

"Llegó el tiempo de imitar su heroísmo y de vengarlos. Una multitud de hombres denodados y decididos a sostener la libertad de España haciendo ver que no hay más soberano que el pueblo, estamos alistados y ligados con juramentos para llevar a cabo tan sagrado objeto".

Y es que los comuneros de Castilla había sido idealizados por los liberales radicales como unos luchadores por la libertad. Así fueron representados en obras teatrales de corte romántico como La sombra de Padilla (pieza en un acto), Juan de Padilla o los comuneros (tragedia en cinco actos) y El sepulcro de Padilla, entre otras. Para la rama política del liberalismo exaltado, los comuneros habían sido unos atribulados e idealistas luchadores contra la tiranía, y debían ser un ejemplo a seguir por todos los antiabsolutistas. Tuvieron lugar varios homenajes a los caudillos comuneros: cabe destacar el Decreto (publicado el 20 de abril de 1822) que declaraba a Padilla, Bravo y Maldonado como Hijos Beneméritos de la Patria y ordenaba levantar un monumento para su recuerdo en Villalar; o la inscripción de sus nombres en las Cortes nacionales.
No era infrecuente, además, que los políticos citasen a los caudillos comuneros en sus intervenciones parlamentarias. Valgan como ejemplo las palabras del filántropo y diputado toresano Manuel Gómez Allende, a la hora de defender la permanencia (a efectos administrativos) de la provincia de Zamora:

"Nuestros representantes de 1820 ¿No asistieron a las célebres Cortes de Santiago, que dieron pábulo y fomento a las Comunidades de Castilla? ¿No fueron constantes y uniformes nuestros votos con los de los malhadados Padilla, Bravo y Maldonado, a pesar de que trasladadas las mismas Cortes a La Coruña, muchas ciudades y provincias se separaron de los votos y protestas que habían hecho antes? ¿Pues ahora como se nos trata tan mal? ¿Tampoco merecemos al presente Congreso? ¿Y en qué tiempo, señor, se trata de extinguir esta antiquísima provincia?."



Homenaje a los comuneros en Villalar. Los falsos restos de Padilla, Bravo y Maldonado.


Pero volvamos a fijar nuestra atención en las andanzas de "El Empecinado", militante de Los Caballeros Comuneros. Según Aviraneta, "su bautismo comunero le había traido la benevolencia de todos aquellos que le miraban como a guerrillero". En breve, Juan Martín formará parte de la Comisión de Policía de la Merindad de Comuneros de Zamora, órgano que se encargaba de examinar la conducta de todos los que querían ingresar en la sección zamorana de Los Caballeros Comuneros. Como eran muchos los que allí le admiraban, las solicitudes para ingresar en la organización secreta aumentaron vertiginosamente.
Y será "El Empecinado" quien lleve a cabo uno de los más importantes actos de la memoria histórica española: el primer homenaje a los comuneros de Castilla que tuvo lugar en Villalar. Los nombres de Padilla, Bravo y Maldonado deben su resurrección y el ser venerados como hoy lo son al entusiasmo de Juan Martín, ya que es él quien los convierte definitivamente en héroes nacionales, recupera sus presuntos restos y les da digna sepultura con solemnes actos cívicos y religiosos. La memoria de los vencidos en Villalar yacía sepultada bajo el peso de 300 años de olvido, pero "El Empecinado" se mostró decidido a recuperarla.
Juan Martín, en efecto, tomó la decisión de que la Sociedad de Los Caballeros Comuneros debía conmemorar el III Centenario de la batalla de Villalar, cuyo triste final fue la degollación de los caudillos castellanos. Sus correligionarios de Zamora acogió con júbilo la feliz idea y (tras comunicársela al resto de la sociedad secreta) delegaron su ejecución en "El Empecinado". Como bien señala Álvarez Junco, aquella iniciativa "conllevó la rehabilitación gloriosa de los derrotados trescientos años antes, con ceremonias y discursos pomposos a cargo de políticos metidos a historiadores". Desde la ciudad de Zamora, "El Empecinado" mandó a todas las ciudades castellanas una convocatoria de homenaje a los comuneros que no tiene desperdicio:

"Don Juan de Padilla, Don Francisco Maldonado y Juan Bravo, procuradores de Toledo, Salamanca y Segovia en las Cortes del Reino de 1520, hicieron vivas reclamaciones a la majestad del Rey D. Carlos V (I de España) por sostener los derechos del pueblo castellano. Desoídos, tomaron los pueblos la demanda, y se formó la liga conocida con el nombre de los Comuneros. Después de varios acontecimientos, siendo los dichos jefes del ejército de los amantes de la libertad, fueron derrotados en Villalar por el Rey en 23 de abril de 1521, y prisioneros los tres; en el mismo día se les intimó la sentencia de muerte, que fue ejecutada en la mencionada villa.
Su ilustre sombra, oscurecida por el despotismo de trescientos años, clamaba por que se recordase con gloria a todos los españoles. Para este objeto, el 24 del corriente Abril, día de su aniversario, se va a tributarles unas honras fúnebres y erigir un pequeño monumento provisional en su digna memoria. ¿Qué español no arderá en amor patriótico al ver las dignísimas cenizas de lo que, si vivieran, serían el más fuerte antemural de nuestro Santo Código? ¿Quién no se estremecería al contemplar la triste suerte de los que la merecían tan distinta? Corred, pues, ciudadanos, a llorar sobre su frío sepulcro, a derramar en él sufragios religiosos y lágrimas de ternura, y a jurar por sus sagrados manes o muerte o libertad.

Zamora, 3 de abril de 1821."


Y a sus propios convecinos les hizo ver (por medio de una orden fijada en todos los lugares públicos de Zamora) la necesidad de recuperar la memoria de quienes habrían sido antecesores directos del movimiento liberal:

" Zamoranos: la fama nunca muere, y la memoria de los héroes es un estímulo a los ciudadanos que desean conservar su libertad, don el mas estimable de la Naturaleza. Trescientos años se cumplen, el día 23 de este mes, que la nación española perdió la suya en los campos de Villalar, y en el 24 fueron víctimas del despotismo los valientes castellanos Padilla, Bravo y Maldonado, a cuya desgracia siguieron Pimentel y Acuña, dignísimo obispo de esta ciudad. Yaciendo las reliquias de los primeros en su provincia, sería un descuido delincuente no tributarles una viva ofrenda de nuestros sentimientos patrióticos.
Mi pensamiento lo he acordado con las autoridades locales, que han convenido con el mayor entusiasmo a mi intento, y ofrecido sus auxilios; para dar el primer paso a tan plausible empresa, contemplo necesaria la formación de un expediente militar, instructivo y fehaciente, por el que conste el sitio de la batalla, y en donde fueron enterrados los huesos de los beneméritos defensores de la Patria, con la expresión y distinción susceptibles; los que, con la autorización y publicidad competente, se exhumarán y depositarán en una urna provisional con tres llaves, que recogerán y retendrán, por ahora, los señores Comisionado, Alcalde constitucional y párroco de Villalar, y colocarán en su iglesia con la mayor decencia, hasta que se determine su fijación con el aparato de que son dignos; para lo cual doy la más amplia comisión al señor comandante de ingenieros de esta plaza, don Manuel de Tena, y a D. Máximo Renoso, teniente del regimiento de infantería de Vitoria, que haga las funciones de Secretario, confiando de la exactitud, instrucción y prendas recomendables de ambos, quienes anticipadamente tomarán todas las noticias convenientes de autores clásicos y documentos que se hallen archivados. Esta determinación serviará de cabeza de proceso, a la que se unirá el oficio del señor jefe político de esta provincia y el del señor vicario eclesiástico de esta diócesis para la legitimidad del acto, y no haya obstáculo en la práctica de diligencias, y original me lo entregarán para los efectos correspondientes.

Zamora, 4 de abril de 1821."


Así pues, la Comisión organizadora que presidían los señores Tena y Reinoso se puso manos a la obra. Ambos se trasladaron a Villalar (perteneciente en aquella época a la provincia de Zamora) para situar el lugar donde se desarrolló la batalla y fueron enterrados Padilla, Bravo y Maldonado. Cinco días más tarde, confeccionaron un informe que sometieron a la atención de "El Empecinado". Lo encabezaban así: "Expediente militar instructivo formado para la exhumación de los restos de los héroes castellanos Padilla, Bravo y Maldonado y copias de la orden, acta celebrada y decreto de aprobación. Aquellos trabajos de investigación fueron presididos por Tena y se desarrollaron en presencia de una amplia representación ciudadana: José Moya (alcalde de Villalar), Martín Rodríguez y Pedro Díez (regidores), Diego Antonio González (juez de primera instancia), Manuel Vaz y Damián Pérez (párrocos de las iglesias villalarenses de San Juan Bautista y Santa María, respectivamente) y otros muchos vecinos de la localidad y de zonas limítrofes.


En el informe que presentaron a su superior, Tena y Reinoso hacían constar que no habían encontrado texto alguno en que poder apoyar sus investigaciones, ya que el archivo de Villalar resultó incendiado en 1761. Tuvieron que valerse, pues, de distintas referencias históricas y otros testimonios que (por tradición) se conservan. Estas fuentes de información les sirvieron para señalar los límites del campo de batalla: por el Norte; el puente de Fierro y el arroyo de Marzales; por el Sur, Villalar; por el Este, las faldas del cerro Gualdrafa, y por el Oeste, el río Hornija.

Las ruinas de la casa que sirviera de capilla a los tres caballeros comuneros está en el lugar llamado La Placica, junto a la Cárcaba. En el Rollo se expusieron (clavadas en picas) las cabezas de Padilla, Bravo y Maldonado hasta que (algo después) el emperador Carlos I concedió un perdón general y ordenó enterrarlas junto con los cuerpos, como así se hizo. Suponían Tena y Reinoso, por tanto, que éstos habían de encontrarse en el espacio existente entre el Rollo y el atrio de la iglesia de San Juan. Ordenaron excavar en la parte de la superficie que tenía un aspecto más húmedo y, a mucha profundidad, hallaron tres calaveras y un montón de huesos. No dudaron (ni un momento) que este hallazgo es el esperado por ellos.

El día 13 de abril (en presencia de las autoridades y de no pocos curiosos) se realizó la exhumación. Los restos fueron luego depositados en una urna de madera fina, dispuesta al efecto, y en ceremoniosa procesión se les condujo al lugar llamado El Otero, por donde los caudillos comuneros entraron presos en la localidad. Allí han levantado un soberbio catafalco, en el cual se coloca la urna. Ante él y en presencia de una considerable multitud (presidido por "El Empecinado") se celebraron solemnes honras fúnebres. La urna fue llevada en procesión y depositada en la iglesia de San Juan Bautista. Allí permaneció hasta que (el 5 de noviembre de 1822) el jefe político de Zamora y la Diputación provincial acordaron trasladarla a la capilla de San Pablo de la catedral zamorana.
Lo curioso y sorprendente de esta historia es que aquellos restos humanos no pertenecían, ni mucho menos, a los malogrados Padilla, Bravo y Maldonado. Pese a la buena fe de Juan Martín y de los que secundaron su iniciativa, hemos de decir que fueron engañados con una farsa malévola. Y como es necesaria una explicación, vamos a darla diciendo lo que ellos nunca pudieron saber. Los restos de Padilla, Bravo y Maldonado no podían estar cerca del Rollo que les sirviera de picota porque su provisional sepultura la tuvieron en la iglesia de Villalar, y sólo por breves días, ya que, al otorgar el emperador el perdón general, fueron trasladados. El cuerpo de Juan Bravo viajó a Segovia, donde recibió cristiana sepultura en la iglesia de Santa Cruz, convertida después en hospicio; el de Juan de Padilla (reclamado por su esposa María Pacheco) fue conducido, primeramente, al monasterio de la Mejorada, cerca de Olmedo, para después ser sepultado en Toledo; y el de Francisco Maldonado fue llevado a Salamanca a instancias de su suegro, y recibió sepultura en la capilla que éste poseía en el convento de San Agustín, ya desaparecido. Así queda probado por diversas Reales Cédulas que se conservan en el Archivo de Simancas.

Conocido esto, es obligado preguntarse: ¿de quiénes eran, pues, los cuerpos que Tena y Reinoso desenterraron? Nunca lo sabremos. Pertenecían a unos muertos anónimos que (por azar) recibieron una gloria como la que nunca llegaron a soñar en vida. Y aquí surge otra pregunta que también precisa contestación: ¿quién los colocó allí? Según parece, cuando los vecinos de Villalar (casi todos partidarios del absolutismo) se enteraron de la inminente llegada de los comisionados de "El Empecinado" y la misión que traían, no supieron qué pretextos buscar cuando fuesen preguntados, ya que nadie sabía donde pudieran estar los restos de los líderes comuneros, de cuyas gestas poco o nada sabían. Y en esta ignorancia, temerosos de que los liberales les acusaran de querer ocultarles aquello, dispusieron llevar a cabo un engaño. Con todo sigilo, unos pocos vecinos (asesorados por el cura) entraron en el camposanto, cogieron del osario tres calaveras y algunos huesos y, tras humedecerlos, decidieron soterrarlos en el lugar donde posteriormente serían encontrados.
Es así como, días después de aquello, se descubrió la falsa sepultura de los comunerços que todos los liberales dieron por auténtica. La verdad de estos hechos no llegaría a conocerse hasta 1870, cuando el historiador toledano Antonio Martín Gamero estudió el expediente mandado redactar por órdenes de "El Empecinado" y comenzó una serie de investigaciones que hicieron salir a la luz la verdadera historia.

Fuente extraida de foroscastilla
http://foroscastilla.org/foros/index.php?topic=16197.0

1 comentario:

  1. Muy digna lectura de los Comuneros, quizás intencionadamente olvidada
    por muchos de los salvapatrias actuales. Pero escrita queda la Historia para no olvidar nuestro pasado. Un burgalés.

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