En 1609 se dictaron las ordenes de expulsión para todos aquellos descendientes de moriscos en la peninsula Ibérica, como ya vimos y explicamos en, "moriscos contra la expulsión en el campo de Calatrava"; y como en esta comarca castellana hubieron algunos moriscos que volvieron despues de la expulsión para quedarse en su casa y muchas veces ayudados por sus vecinos cristianos.
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Foto de Riópar (guiarural.com). |
Lo curioso de todo esto es ver como ha recogido el periodico La Vanguardia el testimonio de como tras pasar varios siglos quedaron aún en un pequeño rincón de Castilla ,y ya bien entrado el siglo XX, descendientes de estos moriscos que practicaban muchas costumbres musulmanas y muchas expresiones que las llevaban en secreto en su vida cotidania.
Este pequeño rincón de Castilla, se encuentra en Riópar, un pequeño pueblo de la Sierra de Alcaraz y que perteneció a la Comunidad de Villa y Tierra de Alcaraz, y en donde podemos encontrar la majestuosa joya natural del nacimiento del Río Mundo y como hemos dicho casí los últimos descendientes que mantuvieron las costumbres de aquella minoria perseguida y asimilada.
Eugeni Casanova. La Vanguardia. 12/11/2006
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Los últimos de Al-Andalus
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Nacimiento Río Mundo en Riópar. |
Juan López González se postraba de rodillas mirando
al este y tocaba repetidamente con la frente en el
suelo. Al sol le llamaba a veces Mahoma. A
menudo recitaba unas salmodias incomprensibles con un
libro viejísimo en las manos, con tapas negras de
madera, que escondía dentro de una talega en una viga.
En Semana Santa, cuando por el pueblo desfilaban
procesiones, él no probaba ningún alimento mientras
hubiese luz natural. Esos días, colocaba un plato vuelto
del revés en el umbral de la puerta de su cortijo. Un
día que un vecino le preguntó porqué lo hacía, respondió
ruborizado que era para que el plato se secase. “Es que
estaba muerto de miedo, siempre se escondía y me pedía a
mí que no contase nada de lo que le veía hacer –explica
hoy su hija Venerada–; él y su hermano salían a
rezar al campo, para que nadie les viese”. Antes
de comer, inclinaba la cabeza y susurraba una salmodia
en la que repetía mucho Alá. Tenía expresiones
propias: decía arua jimena (ven aquí), jarria (mierda),
quem (perro)... “Es nuestra tradición –me contaba– pero
eso no debes decirlo fuera de casa”.
Juan
López murió en 1986, cuando Vene –así la llama todo el
mundo– contaba 31 años. Ella se fue entonces a trabajar
a Francia. En su pueblo, Riópar, inmerso en la
sierra del Segura, se pasaban tiempos de estrechez. La
mujer se llevó una sorpresa mayúscula en su lugar de
trabajo cuando oyó que un compañero marroquí le decía
arua jimena, como su padre. El marroquí le
enseñó un Corán y Vene lo asoció inmediatamente con el
librote que su padre bajaba con una pértiga de la viga.
Llena de curiosidad, buscó el texto en español y
comprobó que allí se citaban las uríes,
otra palabra de su padre. Vene duda de que su progenitor
entendiese gran cosa: “Se ponía las gafas y lo abría,
pero yo le preguntaba cosas de él y no sabía
responderlas”.
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Vene observa como su nieta coloca el plato al revés | |
Vene vive hoy en el cortijo de su padre, llamado Martínez
Campos porque, dicen, fue del general. Su progenitor
había nacido en él. El padre de él era de Bogarra,
un lugar vecino. Su bisabuelo procedía de Las Casicas
del Segura, otra aldea cercana. A pesar de éste
pedigrí, su padre y su abuelo decían siempre que la
familia era “de Granada”, y cuando precisaban más, de
las Alpujarras y de Motril. Sin embargo,
se trataba de una especie de memoria ancestral, porque
no había constancia de qué antepasados se habían
trasladado hasta la sierra del Segura.
Esa
memoria también había transportado a través de los
siglos el recuerdo de Abén Jumeya, “que era
nuestro rey, un santo varón, un gran hombre”, en
palabras del padre. Juan López fue quizás el último,
pero no el único. Aurelio Amores, que nació en 1918,
recuerda que en su juventud los más mayores de Riópar
Viejo (el núcleo original del pueblo), donde él vivía, “adoraban
al sol” al amanecer. “Se asomaban a los riscos de
levante y se hincaban de rodillas y hacían reverencias”,
asegura. “No eran pocos; había, al menos, una docena”, y
repetían jati mali. Aurelio tiene bien claro
porqué los viejos ejecutaban este ritual: “Era su
religión, adoraban al sol como nosotros lo hacemos con
Jesucristo”.
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Riópar |
En
ningún momento se le ocurre vincular estos actos con el
Islam, del que él no tiene noticias. Dos
generaciones anteriores a la suya estas prácticas
estaban generalizadas en su valle. “Mis abuelos me
contaban que cuando ellos eran jóvenes había muchos
viejos que se postraban mirando al levante varias veces
al día”, explica.
Riópar está situado en el sur de la provincia de
Albacete, tocando a la de Jaén, en un valle cerrado al
que sólo puede accederse a través de tres puertos
situados entre los 1.100 y los 1.400 metros de altitud,
nevados en invierno. “Hasta hace muy poco esto estaba
perdido de la mano de Dios”, explica Juan Valero
Valdelvira, un empresario de 50 años que tiene una
empresa de producción de maderas nobles. “Cuando yo era
pequeño aún no había carreteras y la población vivía en
cortijos diseminados por el monte; está claro que aquí
no llegó la Inquisición y en el momento de la expulsión
en 1609 los musulmanes nativos no fueron molestados”.
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Pintura expulsión de los moriscos. |
El
padre de Juan Valero era matarife y él le acompañaba por
los cortijos de la sierra a hacer su trabajo. “Estuviera
donde estuviera la casa, siempre situaban la mesa de la
matanza encarada al este, con una desviación de cinco
grados hacia el sur, exactamente la dirección de La
Meca. Yo me di cuenta de eso hace diez años y
pregunté a diferentes cortijeros porqué ponían la mesa
en esa posición. La respuesta invariable era que siempre
se había puesto así”.
Valero cuenta que las costumbres de su abuelo eran de
musulmán por su austeridad, por su visión de la
vida... aunque él mismo no lo sabía. Él le llamaba “hermano”,
un apelativo que se daba a la gente mayor y respetada,
como se hace en árabe. Su abuelo, que no se movió nunca
del pueblo, hablaba siempre con nostalgia de Granada e
indicaba el camino por el que se va a la vieja capital
nazarí. Él todavía celebraba la vieja costumbre moruna
de dar de comer a los animales lo mismo que a las
personas un día al año, y para matar una bestia pedía
permiso a las alturas. Pensaba, como todavía hoy todos
los viejos del valle, que una mujer no puede subir a un
árbol cuando menstrúa, porque éste se secará, según
anuncia el Corán.
Indumentaria característica
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Chilaba marroquí. |
En
las familias de tradición musulmana aún hay recuerdos de
la indumentaria característica. Vene había oído en casa
que el abuelo de su abuelo llevaba siempre “una bata”
encima de los pantalones y la camisa, “una chilaba”.
Su abuelo le contaba que iba a trabajar al campo con
ella. El último de Riópar en llevar bata fue el llamado
tío Sayas por su atuendo. Murió en 1971 y su
recuerdo sigue muy vivo. “Dicen que llevaba la saya
porque tenía incontinencia urinaria, pero es obvio que
él no la había improvisado”, comenta Juan Valero. Su
propio bisabuelo llevaba un pañuelo envuelto en la
cabeza, “al estilo morisco”. La madre de Juan Valero,
Aurora Valdelvira, todavía sabe anudar el pañuelo de esa
manera y tiene recuerdos también de una persona que se
arrodillaba y hacía reverencias: “Yo veía hacer eso a un
labrador, Lorenzo Castillo Peinado, hará unos sesenta
años. Dejaba el tiro del arado a un lado y se agachaba y
se levantaba en dirección al Collado de la Rambla –la
dirección de La Meca–. ¿Qué hace éste?", me preguntaba
yo”. Aurora coincide con su hijo en que su suegro “tenía
muchas cosas de moro”.
Recuerda su petición de mano y su boda, en que los
padres del novio adornaron caballerías con colchas de
cama y fueron hasta su cortijo, donde se hizo una fiesta
con vino azucarado y dulces. A ella le pusieron un
delantal y todos le tiraban dinero en él. Cuando murió
la hermana de su padre la amortajaron de blanco y le
pusieron un ramo de flores en las manos, y la velaron
durante toda la noche. Juan Valero explica que casi
todas estas costumbres y muchas otras de Riópar se ven
reflejadas en el libro de Gerald Brenan Al sur de
Granada. El escritor inglés vivió en la década de
1920 en un pueblo de Las Alpujarras, Yegen, y
describió el carácter y las costumbres de sus gentes.
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Almojabenas de Alicante. |
La
cocina es otro elemento muy particular en las familias
tradicionales de Riópar. El padre de Vene preparaba
cuscús (”él lo llamaba así”), con cordero, patatas,
garbanzos y harina tostada, con un sofrito de cebolla,
tomate y perejil. Pero lo quemás recuerda son las
almujábenas, unos dulces que se hacen en
distintos lugares, que su padre enseñó a preparar a su
madre –que no compartía sus tradiciones– y que se comían
durante la Semana Santa, con harina, huevos, agua y
azúcar. Aurora Valdelvira prepara, por su parte,
nuégadas, una bolas hechas con nuez y azúcar
tostado.
El
padre, cuyo oficio era resinero de monte y apenas salió
de Riópar, decía a Vene que los árabes gustaban mucho de
los dulces y que los hacían con miel. Luego de muchos
años, ella ha vuelto a preparar almujábenas y otra
repostería de la que se hacía en su casa, y ha empezado
a servirla a sus huéspedes, porque tiene habitaciones de
turismo rural.
Cuando Juan López y su hermano ayunaban por Semana
Santa, hacían un preparado con harina, que comían antes
del amanecer y al anochecer, pero Vene no sabe
exactamente qué era. En esos días no fumaban ni tomaban
vino. Su padre también comía cerdo, aunque a menudo
comentaba que no debería hacerlo. Juan Valero explica
que el cerdo es fundamental en la alimentación del
valle, “pero le añaden tantas especias y lo hacen hervir
tanto que su sabor queda totalmente desfigurado; el
embutido se conserva en aceite de oliva o se mezcla con
arroz y piñones”. El padre de Juan mataba cerdos, pero
en su casa jamás se probó una morcilla; ése embutido era
tabú. Vene explica que una tarta hecha con manteca de
cerdo tradicional en Riópar en su casa se hacía siempre
con manteca de vaca.
“Mahoma
debe estar radiante”
Vene
tuvo que hacer la comunión como todos los niños del
pueblo y su padre se llevó un disgusto; “él jamás
entraba en la iglesia”. “Mi madre insistió en que la
hiciera porque ‘si no, nos iban a señalar’, pero yo fui
la única que no fue a la catequesis”. Con el matrimonio,
muerto ya Franco, ya no tuvieron reparos. “Yo no me casé
por la Iglesia: mi padre no quería”, explica. Aunque sí
tuvo una pequeña ceremonia casera. Su progenitor hizo
unas señas con la mano delante de ella y le dijo: “Salte
de la casa y echa el pie derecho hacia delante, y ya
serás para él el resto de la vida”. Antes le había
advertido: “No te has de casar un día de lluvia o
nublado, tiene que estar el cielo claro; Mahoma debe
estar radiante”.
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Riópar con "Mahoma". |
Juan
López explicaba a su hija que su identidad era postiza.
“Nosotros venimos de la raza de los Caravantes y
de los Navalón; perdimos el nombre y nos pusieron
otro”. En este sentido, Juan Valero tiene muy claro de
dónde vienen muchos de los apellidos del valle y la
trayectoria que han seguido. “Mi segundo apellido,
Valdelvira, es bab elvira (puerta bella) –es
famosa la de Granada–, y los que se llamaban así jamás
fueron bautizados, lo mismo que los Banegas o los
Alarcón; es decir, nunca hicieron la conversión
oficial al cristianismo, y eso se sabe en las
familias”.En Riópar se han conservado también algunos
términos árabes particulares –Valero ha recogido más de
200– como aljuma (hoja de pino) y estar en
fárfaras (sin vigor).
Texto y fotos Eugeni Casanova.
DOMINGO, 12 NOVIEMBRE 2006 LA VANGUARDIA
Los moriscos.
Tres puertos de más de mil metros, y la ausencia de
rutas, impidieron la llegada de la Inquisición al
valle de Riópar,
en el sur de la provincia de Albacete, lindante con la
de Jaén A medida que los cristianos fueron avanzando
hacia el sur durante la baja edad media, una amplia
población musulmana fue quedando atrapada a lo ancho de
la península Ibérica, los mudéjares.
Granada, el último
reino árabe, capituló ante los Reyes Católicos en 1492.
No fue una conquista, sino una rendición pactada según
la cual el rey Boabdil y todos sus súbditos podían
seguir viviendo en su país ancestral y conservar su
religión y sus costumbres. Los vencedores, sin embargo,
dejaron de respetar los pactos casi inmediatamente.
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Mapa con nucleos moriscos. |
El
cardenal Cisneros ordenó en 1499 la conversión al
cristianismo de los mudéjares y eso provocó una primera
revuelta en el Albaicín granadino, y luego en las
sierras de Almería, Ronda, Axarquía y las Alpujarras,
que sirvieron a los reyes de pretexto para dictar en
1501 una pragmática ordenando la conversión de los
musulmanes del reino de Castilla.
Los mudéjares pasaron
a denominarse moriscos, cristianos oficiales de
tradición árabe y musulmana, que continuaban hablando la
algarabía (al arabiyya,el nombre de su lengua).
En 1516 el cardenal Cisneros dictó otra pragmática
prohibiendo cualquier costumbre, incluyendo el vestido y
la lengua. La presión para que se convirtieran en
“buenos castellanos” de la noche a la mañana se
intensificó y provocó en 1569 la revuelta de las
Alpujarras capitaneada por Aben Humeya (el rey de la
tradición familiar de Venerada López). Las acciones
bélicas derivaron en una auténtica guerra que duró dos
años y que los castellanos no controlaron hasta que en
Sierra Nevada se presentó el Gran Capitán al frente de
tres ejércitos. En el pueblo alpujarreño de Válor,
los vecinos tienen muy presente aún hoy la que fue casa
de Aben Humeya. Los moriscos que sobrevivieron fueron
desperdigados por todo el reino de Castilla. Los
historiadores hablan de unas 50.000 personas. Esta
deportación masiva fue el preludio de la expulsión
general de todos los reinos de España decretada en 1609
por Felipe III.
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